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martes, 15 de noviembre de 2011

Heroínas minusvaloradas: La deuda con el género persiste



BICENTENARIO EN FEMENINO (Fragmentos)


 Se suele decir que detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer. ¿Por qué detrás? ¿Por qué no al lado? ¿Por qué no es ella la reconocida y nombrada en la historia a partir de su propio rol social y político?

Nuestra versión de la historia es androcéntrica y por ello se ha excluido a la mujer de las gestas patrióticas. De allí la importancia de resignificar ese relato histórico que se fundamenta en la victimización o actitud pasiva de las mujeres.

En el centenario, después de 100 años de exclusiones, se intentó rescatar el nombre de algunas de ellas, pero se hizo desde una perspectiva machista de la historia, y también clasista.

Este intento de rescate histórico no logró, por tanto, configurar una nueva perspectiva para el análisis de su desempeño político y social. No reconoció la real dimensión del rol que jugó la mujer en la historia y, contrario a ello, le adjudicó valores masculinos para justificar su osadía y valentía, como si estas  características fuesen exclusivas de los hombres. Así, por ejemplo, la historia personal y humana de Manuelita Sáenz fue distorsionada. Solo se le conoció durante varias décadas como la amante de El Libertador y no como una política aguerrida y comprometida, desde mucho antes de conocer a Bolívar y mucho después de su muerte, con el sueño de la libertad.

Otras que fueron excluidas o disminuidas en los relatos historiográficos, tanto por ser mujeres como por ser indígenas, fueron la peruana Micaela Bastidas Puyucahua y la boliviana Bartolina Sisa. Micaela ha sido recordada como la esposa de Túpac Amaru II. No obstante, ella, además de ser una gran guerrera y estratega militar, tuvo que padecer la tortura y la pena de muerte, como su esposo y su primer hijo.

A Bartolina Sisa, jefa indígena aymará, le valió ser reconocida como heroína de la emancipación. Ella, junto a sus progenitores, y luego con su esposo, el gran caudillo  aymará Tupaj Katari (Julián Apaza), se dedicó en un inicio al comercio de la hoja de coca y tejidos nativos viajando por innumerables lugares.

Esta febril actividad le permitió a Bartolina Sisa conocer el terrible sometimiento de que eran objeto varios pueblos indígenas tanto por parte de los colonialistas europeos como de los criollos y mestizos serviles a estos.

Bartolina se comprometió con la emancipación y a ella  consagró el resto de su vida. Con más de 150 000 indígenas en toda la región del Perú, La Paz, Oruro, y los valles de Chayanta, en Bolivia, protagonizó una cruenta batalla por la libertad de sus pueblos.

Tras la derrota de su ejército el 29 de junio de 1781, la Corona ofreció un indulto a los rebeldes a cambio de que éstos entregaran a sus «jefes cabecillas». Varios de ellos sucumbieron a la traición. Tres días después, la virreina Bartolina Sisa fue entregada a los militares españoles.

El 5 de septiembre de 1782 fue condenada a la pena ordinaria del suplicio. Atada a la cola de un caballo y con una soga al cuello fue llevada a la horca, después de ser flagelada, violada, azotada, arrastrada y paseada desnuda montada en un burro, en la plaza colonial de La Paz, hoy Plaza Murillo. Una vez muerta, su cuerpo fue descuartizado y su cabeza y extremidades expuestos en distintos ayllus «para escarmiento de los indios».

Otras mujeres sufrieron cruentos castigos. Juana Azurduy fue comandante guerrillera en la entonces llamada Republiqueta de La Laguna. Esta mujer vio morir a sus cuatro hijos y combatió embarazada de su quinta hija. Tras la derrota del Ejército del Norte en la Batalla de Huaqui, el 20 de junio de 1811, los realistas al mando de José Manuel de Goyeneche recuperaron el control del Alto Perú, y las propiedades de los Padilla, junto con las cosechas y sus ganados, fueron confiscadas y apresados Juana Azurduy y sus hijos.

El 14 de noviembre de 1816 Juana fue herida en la Batalla de La Laguna. Padilla, su esposo, acudió en su rescate siendo  herido de muerte. Ella siguió adelante en su lucha.

Un posterior cambio en la estrategia militar de la guerrilla comandada por Juana Azurduy, le significó una disminución en el apoyo logístico. Ello llevó a que su ejército tuviera que replegarse hacia el sur.

Sus planes no prosperaron. Güemes fue asesinado y Juana se vio reducida a la pobreza. Murió en la indigencia y la soledad, el 25 de mayo de 1862 a los 82 años. Fue enterrada en una fosa común. Cien años después sus restos fueron exhumados y llevados al Mausoleo de Sucre.

En 1962 la historia se acordó de ella. Fue nombrada generala de la nación por decreto. La dictadura militar intentó de nuevo sepultar su nombre y excluirla de la historia, pero en 1980, a través de las gestiones que impulsaba la academia de Historia, se restablece el decreto y se le asigna vigencia.

Finalmente en 2009 los gobiernos de Argentina y de Bolivia la reconocen como generala de los ejércitos emancipadores de ambas naciones.

Valentía y olvido
Otra heroína es la venezolana Josefa Camejo. Mujer valiente que consagró su vida a la causa republicana, cedió sus bienes materiales y participó en numerosas batallas como soldado regular de los ejércitos patrióticos. Lideró las rebeliones en toda la provincia de Coro, fue hecha prisionera, al parecer durante varios años, y su nombre fue arrojado al olvido.

De Venezuela era Luisa Cáceres de Arismendi, oriunda de La Guaira. Llamada la «Bordadora de la primera bandera de Venezuela», a los 17 años, embarazada, fue encarcelada y torturada. Perdió a su hija y permaneció encerrada por más de ocho años. En cuanto recuperó su libertad emprendió de nuevo la lucha contra la tiranía española y de nuevo fue hecha prisionera. Murió confinada en Cumaná.

Otras heroínas de este país fueron la criolla Juana Ramírez, conocida como La Avanzadora, por ir en primera línea y a gran velocidad en combate hacia el enemigo. Participó en la defensa de la ciudad de Maturín, al frente de un batallón denominado Batería de las Mujeres.

Teresa Heredia, quien se comprometió con los patriotas y por ello fue encarcelada cuando tenía 19 años de edad y obligada al destierro; Ana María Campos, apoyó decididamente la causa de los patriotas, por lo que fue llevada al martirio y murió en suplicio público bajo los azotes de sus verdugos; Cecilia Mujica, conocida como la Mártir de la Libertad, desde muy joven se dedicó a difundir las ideas emancipadoras y sirvió como enlace entre varios grupos independentistas. Fue condenada a muerte; Consuelo Fernández, pretendida por un coronel español, decidió servir de espía a la causa patriótica. Cuando trataba de enviar un mensaje de advertencia al ejército patriota, fue descubierta y fusilada cuando tenía 17 años de edad.

La gran mayoría de los relatos historiográficos y de la iconografía que se produjeron en la época, al calor de los hechos o post independentistas, contiene omisiones y sesgos culturales propios de su tiempo, sin embargo, aun cuando en la segunda mitad del siglo XIX se lleva a cabo una revisión histórica, los sesgos continuaron.

La deuda con el género femenino sigue sin resolverse. El bicentenario podría ser un escenario oportuno para resignificar esta historia y adjudicar su valor histórico a las eternamente excluidas de la memoria oficial.

Por Por Maureén Maya - Periodista, escritora e investigadora social de Colombia.

http://www.guide2womenleaders.com/womeninpower/Womeninpower1870.htm


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