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jueves, 6 de agosto de 2020

Ana María Pedroni Chautemps docente, poeta, periodista, fotógrafa y escritora


Ana María Pedroni Chautemps ( Esperanza,  6 de agosto de 1930 -Guatemala, 28 de marzo de 2010) docente, poeta, periodista, fotógrafa y escritora argentina.


Nació en la ciudad de Esperanza (Santa Fe), Argentina, fue la cuarta hija del poeta José Pedroni y de Elena Chautemps, y su única hija mujer. Se recibió de Maestra en 1948, en la Escuela Normal de la ciudad de Esperanza, provincia de Santa Fe. Estudió Lengua y Literatura Inglesa y se especializó en Fonética, en la Universidad Nacional de La Plata. Ha realizado la Licenciatura en Comunicación, diversos estudios humanísticos y ha desarrollado su actividad profesional a través de la docencia, la poesía, el periodismo, la escritura y la fotografía. Residío en Guatemala desde el 4 de marzo de 1959 junto con su esposo el periodista guatemalteco Fernando Valdés Díaz.


Fue colaboradora del periódico guatemalteco "La Hora" en el cual  publicó  "Las manos de la abuela" en una serie de fascículos en la sección Cultura, en donde trataba de elaborar un cuidadoso abanico de su familia a partir de la relación con su abuela materna y a través de varias "fotos" a la manera de imágenes recuperadas de un pasado no muy remoto, que conservaban toda la frescura de la actualidad. Amiga de la infancia de la Profesora Nelly Morandi de Müller, fallecida en 2003, realizó un emotivo relato evocando esos años de la juventud en "Retrato de una amiga", publicado por el diario El Litoral de la ciudad de Santa Fe y también por El Colono del Oeste de Esperanza.

Publicó  "Semiología: un acercamiento didáctico"  y "El mundo como imagen" y estaba  trabajando en su autobiografía, "Hija de poeta"; y también en un libro que evoca la faceta de titiritero de su padre, "La voz de Pedro Pedrito".

Falleció el domingo 28 de marzo de 2010, en Guatemala, a  consecuencias de un accidente cerebrovascular.


RETRATO DE UNA AMIGA

Ana María Pedroni.

Andaba yo sufriendo el primer recreo de mi primer día de secundaria. Me sentía desarraigada del grupo humano con el que había compartido seis años, hasta el quinto primaria, y veladamente rechazada por mis nuevos compañeros que me miraban con recelo. Estaba literalmente perdida, desalentada y petrificada en medio del patio cuando Chuchi se acercó a mí y con voz muy dulce me preguntó: "¿Te sucede algo?". No pude contestarle, mi garganta estaba hecha un nudo y luchaba por no dejar que las lágrimas me comenzaran a correr por la cara. -Vení, me llamo Chuchi Morandi... y compartió conmigo el pan de la refacción. -íQué rico!, le dije. -Sí, contestó ella, me lo preparó la tía Palmira. Nunca un pan compartido me supo tan rico.

Así, a la luz de su generosidad se gestó nuestra amistad, que duró toda la vida a pesar de la distancia. Siempre sentí por Chuchi ese respeto que se profesa a alguien que te rescata de un momento difícil. Y cuando descubrí sus otras virtudes, nunca dejó de ser para mí el modelo de estudiante, persona y más adelante docente que yo aspiraba a ser. Hasta hubiera querido parecerme a ella físicamente.

No recibíamos clase en la misma aula. Yo esperaba el recreo para juntarme con ella y hasta obligué a mi madre a hacerme panes para retribuirle el gesto. A ambas nos tocó vivir la última fase del modernismo, de manera que pronto descubrimos que teníamos muchas cosas en común: a las dos nos gustaba leer, estudiábamos piano, adorábamos a Chopin, memorizábamos los poemas de Neruda, Machado, Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral, llevábamos un cuaderno donde copiábamos los versos que más nos gustaban, y ensayábamos nuestras propias líneas. Y hasta hablábamos de filosofía. Comenzábamos a pensar en cambiar el mundo para construir uno mejor, lleno de poesía y de amor. Y andábamos en la búsqueda de los pensadores más avanzados y audaces del momento. Muchos años después, cuando uno de mis hijos la tuvo de profesora de filosofía en la Escuela Normal, supe que ella animaba a sus alumnos a leer a Sartre.

Un día, finalmente le pedí que vaya a mi casa. Entró con ese gesto de modesta reticencia que la caracterizaba, y tuve que animarla a completar el zaguán que separaba la puerta de calle, de la puerta cancel, porque se sentía intimidada. Acaso porque sabía que allí vivía un poeta, mi padre, o acaso porque el ambiente de mi casa era muy pulcro, un tanto solemne y la luz que pasaba por los vitrales de la mampara de la sala lo teñía de un color azul verdoso no muy acogedor.

Por fin se sentó en un sillón frente a la chimenea, puse el disco de la Sonata Apassionata de Beethoven y la invité a subir las gradas de granito que conducían al escritorio de papá. -Vení a ver la alfombra donde me tiro a leer en la siesta y el lugar donde se encierra papá cuando escribe o cuando nos quiere regañar, aconsejar o reconvenir porque hemos perdido el rumbo..., le dije en el afán de que se introdujera en mi mundo.

Chuchi se paró en el vano de la puerta y sus grandes ojos recorrieron las paredes cubiertas de libros. Puso su mano sobre la boca y se tragó un prolongado suspiro de asombro.
Al correr de los años, cuando le tocó organizar su propia casa, le pidió al carpintero que le fabricara una librera que cubriera por completo las paredes de su estudio para reproducir la biblioteca que la había impresionado. Lo descubrí la primera vez que viajé desde Guatemala, donde vivo, a Esperanza. Llamé a su puerta y me condujo a su lugar de trabajo y señalando con su índice hacia adentro me dijo: "Mirá, la biblioteca de tu padre...". Le sonreí y pensé que ese detalle nos convertía finalmente en hermanas eternas.

Guatemala, 2005.



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http://es.wikipedia.org/wiki/Ana_Mar%C3%ADa_Pedroni

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