Ella también asistió desde dentro al amanecer de la Sociedad Española de Epidemiología, en unos momentos en que lo que hacía falta eran dosis elevadas de trabajo, generosidad, paciencia, corazón y neuronas. Y Alicia tenía de todo ello, y en grandes cantidades, y eso llevaba a que habitualmente se la relegara a un segundo plano, desde el que ella acostumbraba a seguir contribuyendo sin escatimar esfuerzos.
Ya de vuelta a Madrid participó, como siempre con denuedo e inquebrantable tesón, en el desarrollo del Centro Nacional de Epidemiología, donde trabajó hasta su fallecimiento y donde se la reconocía desde su llegada como esa referencia moral y ética. En el Centro, su despacho era un punto de encuentro para cualquiera que quisiera o necesitara algo, o sencillamente deseara compartir un buen momento con ella. Pasábamos muchas personas a contarle cómo había ido el día, o a pedirle consejo sobre algún tema que nos mantenía en vilo; había trabajado en tan amplio espectro de la salud, que su consejo era muy valioso. Daba igual el tema; ella lo analizaba y comprendía, y ayudaba como cada uno de nosotros esperábamos que hiciera. Su mente científica, increíblemente aguda, era un apoyo para muchos y un acicate para la mayoría. Los estudios de mortalidad eran su ocupación nuclear en el Centro Nacional de Epidemiología, pero en las órbitas estaban los verdaderos ejes en los que desplegaba su sabiduría: las desigualdades sociales, las desigualdades en salud por el rol social de ser mujer u hombre… Por ello, el feminismo también le debe mucho a Alicia. Pero es que para ella la política y la lucha por los ideales lo eran todo, y la salud pública y el feminismo formaban parte de ese todo.
Alicia tuvo la virtud, extremadamente difícil, de hacer que, desde su aparente heterodoxia, la ortodoxia política y el rigor científico fueran una norma en su vida, y un ejemplo para quien lo quisiera tomar, en cualquiera de los ámbitos de su actividad. Y también en el ámbito personal.
Era en este ámbito personal en el que Alicia destacó por encima de todos, y eso ya es decir mucho, dada su dimensión descomunal en la salud pública y en la política. Pero es que, como suele decirse, en las distancias cortas era donde desprendía ese magnetismo y esa fascinación que de otro modo tal vez resultaran menos visibles.
Alicia Llácer era una mujer preocupada por las mujeres de forma universal, pero también de forma particular preocupada por las mujeres y los hombres que tenía cerca y a los que quería, o simplemente apreciaba. Y la generosidad que siempre mostró en su compromiso político y científico se desplegaba con aún mayor intensidad hacia las personas de sus círculos más cercanos.
Alicia se mantuvo siempre en su sitio, que no era otro que el de la lucha constante y donde se la necesitara. Rigurosa y ortodoxa, Alicia Llácer se rodeaba también de anécdotas, pero nada en ella era anecdótico, todo formaba parte de una personalidad compleja y fascinante, luchadora, comprometida, brillante, generosa y solidaria. Los que tuvimos la fortuna de disfrutarla nunca la olvidaremos, y la salud pública, el feminismo y la política, a los que tanto dio, tampoco deberían hacerlo.
Réquiem por Alicia, nuestra dulce rebelde
Son las 11 y media. En estos momentos se celebra en Valencia el acto de despedida del cuerpo de nuestra querida compañera Alicia (Alicia Llácer Gil de Ramales) y me gustaría acertar con la pluma para expresar el sentimiento que me ha traído la perdida, hasta hace poco inesperada, de Alicia. Al principio de mes, en el último congreso de la SEE en Alicante, me enteré por Javier y Quique que “Alicia estaba muy mal…”, ingresada en una UCI de Valencia. Fue una gran sorpresa. No me lo podía creer. Hacía apenas un par de semanas, me había enviado un email con un artículo en que se ponía en duda la fiabilidad de los registros de suicidio en España. Formaba parte de nuestro interés compartido (entre otros muchos) por vigilar y denunciar el impacto sobre la salud colectiva de esta larga y puñetera crisis.
Durante la bella noche de la cena oficial del congreso, debajo del castillo iluminado de Alicante, Beatriz, Mª Angeles y otras compañeras, compartíamos con dolor y susto la posibilidad de perder a una persona como Alicia, que siempre ha estado ahí. Que formaba parte de los aliados, de las amigas, de las compañeras con las que podías siempre contar, para muchas batallas y complicidades. Y ahora no iba a estar. Ya no lo veríamos venir andando por los pasillos con su aire despistado. Su posible perdida, nos recordaba nuestra fragilidad y la importancia de valorar a los que están a tu lado, pero se pueden ir para siempre.
Me di cuenta, que una vez más, iba a perder una persona a la que estimaba mucho, sin saber apenas nada de ella, de su biografía, de su situación personal o familiar. Simplemente, estaba muy a gusto cuando nos encontrábamos, cuando charlabamos. Me sentía muy apreciado por ella y yo la apreciaba mucho. Mi comunicación con Alicia era fácil. Compartíamos muchos guiños y puntos de vista, sobre nuestro papel como salubristas y sobre el compromiso social al que va asociado. Habíamos hecho piña en varias situaciones y sabíamos que podíamos contra uno con otra, una con otro. En muy diferentes escenarios. La recuerdo haciendo preguntas en los seminarios de Epidemiologia Social de la Escuela Nacional de Sanidad. También en los del CNE y al final de las conferencias o mesas de congresos. Siempre sabia “poner el dedo en la llaga”. Señalar “lo instituido”, lo oculto en un estudio o ponencia. Lo que sobraba, lo que se ha obviado, lo que está descontextualizado socialmente. Tenía un buen ojo clínico (?) para ello (más bien un buen ojo social). Y lo mejor es que sabía ser incisiva con amabilidad y respeto. Con ese tono cariñoso y esa pinta de eterna joven hippy. Incluso cuando sacaba la bandera de la perspectiva de género, sabía hacerlo con el tono adecuado. Lo que tiene mucho mérito. Alicia era una rebelde, pero una dulce rebelde. Supongo que no siempre y no con todos. Conmigo sí lo fue.
También la recuerdo en otros foros. Por ejemplo, en las reuniones del 15M de la Conce, en manifestaciones, etc. En una charla-debate que tuvimos en la AAVV de su barrio, en la que intentaba pasar desapercibida como “experta epidemióloga”. Quería estar como una vecina más. Que no la delatara Ella tenía su propia forma de combinar el trabajo con las bases de datos en ámbitos “científicos” y académicos, con el trabajo con los vecinos, con las pancartas y en las plazas.
La recuerdo con su típico “peinado”, su típico andar y su típica indumentaria, reaprovechada, despreocupada, cómoda y nada coqueta (faldas anchas, pantalanes vaqueros anchos, camisetas anchas, sandalias, etc.), toda una declaración de intenciones y prioridades, propia de los rebeldes de los años 70. Tan huerita ella, con esos bellos ojos claros y esa sonrisa dulce.
Alicia me regañaba de vez en cuando. También cariñosamente. Me reprochaba mi silencio, no haber intervenido desde el público, replicando a los ponentes de las mesas redondas y conferencias, como hacía ella. No haber interpelado, no haber aportado la visión crítica frente al discurso oficial, excesivamente repetitivo, neutral y tecnocrático. Me empujaba a aportar una mirada diferente, que contrastase con los que siempre hablan, con un lenguaje que ella consideraba demasiado cómodo y complaciente. Compartíamos una insatisfacción con el papel jugado por las sociedades científicas (incluida la SEE y SESPAS) en momentos históricos críticos de nuestra sociedad, con la insuficiente independencia frente a las autoridades de turno, con el insuficiente compromiso social. Le gustaba ser la conciencia crítica de la Epidemiologia española. También era una entusiasta seguidora de este blog y esperaba demasiado de mí. Aunque a mí me servía de estimulo y acicate. Ya no lo tendré.
En ese mismo congreso de Alicante, donde me enteré de su probable inminente muerte, nos repartieron un libro sobre los 35 años de historia de la SEE. Ella había sido una de las socias fundadoras de la SEE, como muchos de los médicos que aprobaron en marzo de 1977 la oposición a “plazas de facultativos jefes de sección de la Sanidad Nacional, especialidad de Epidemiologia”. Ella figuraba como la nº 5 de una lista de 45, en las que se encontraban la mayoría de las ilustres figuras “seniors” actuales de la Epidemiologia española. Teniendo en cuenta esto, me llamó la atención que no ocupase un cargo o una posición profesional más importante, como otros de su promoción. Que ella siguiera como epidemióloga de base, “contando muertitos”, como le decía a un compañero. Las razones las desconozco, pero las intuyo. Alicia era una compañera más del CNE, pero una de sus máximas autoridades morales. Espero que otros y otras escriban estos días algo sobre esta historia que nos ayude a saber más sobre la biografía de Alicia, sobre las razones de su rebeldía.
De momento, ofrezco este blog, a quien quiera escribir algo sobre ella, incluidos sentimientos, anécdotas, besos de tinta, etc, que nos ayuden a pasar su duelo y a compartir su homenaje. Un merecido homenaje póstumo.
Descansa en paz, Alicia. Gracias por tu amistad. Gracias por tu ejemplo. Siempre te recordaré, siempre te recordaremos… con mucho cariño y dulzura
Por Javier Segura del Pozo- Médico salubrista
https://saludpublicayotrasdudas.wordpress.com/2014/09/
https://epiymas.blogspot.com/2014/09/el-mundo-sin-alicia.html
https://www.espaciosanitario.com/tag/alicia-llacer-gil-de-ramales
https://gacetasanitaria.org/es-recordando-alicia-llacer-1947-2014--articulo-S0213911114002799
https://repisalud.isciii.es/entities/person/55a3d0d5-443f-4295-895f-5edaece2d519
https://www.seepidemiologia.es/documents/dummy/seenota_SEP-2014.pdf
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