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martes, 30 de octubre de 2012

Beatriz Ferro escritora, editora, creadora y directora de colecciones que libros para niños

 Tomada de la Foto de Tamara Pinco

El 12 de julio de 2012 murió Beatriz Ferro.

En su recuerdo con admiración y agradecimiento entramos en su vida y sus aportaciones :

“Soy hija de una mujer que tomaba té y decía que estaba tomando nubes, porque éstas se reflejaban en el fondo de la taza, y nieta de una abuela irlandesa que me contaba historias de duendes”, recordaba Ferro, ganadora del premio Pregonero de Honor en 2001, otorgado por la Fundación El Libro, y candidata al Premio Hans Christian Andersen 2008, el Nobel de la Literatura Infantil. A los 8 años hizo su primer aporte a la actividad editorial con Golondrina, una revistita casera que ella misma escribía, dibujaba, cosía y vendía entre parientes y amigos. “En los primeros tiempos –repasaba la escritora en una entrevista con la revista Imaginaria–, urdir historias era un poco más que un pasatiempo que alimentaba mis flacos bolsillos con lo necesario para surtirme de óleos, témperas, blocks de dibujo, libros de arte y de los otros, y de todo lo relacionado con mis reales intereses: las artes plásticas, las artesanías, el diseño y la arquitectura, con la que tuve un roce fugaz. También para gozar de un precioso tiempo libre en el que cumplíamos con la obligación de reformular el Universo a partir de su recorte enmarcado por la ventana de un café.” Ferro confesaba que picoteaba “de aquí y de allá” para llevar agua a su propio molino. Ese picoteo se nutrió de El Quijote, Chejov, Baudelaire, Carson McCullers, Patoruzito, Bhagavad Gita y Las mil y una noches, “el primer libro que debo haber manoteado, como lo atestiguan mis garabatos infantiles que profanaron la bella edición”.

Hacia mediados de la década del ’60, Ferro frecuentaba el taller de Agnes Lamm, una gran dibujante europea que la recomendó a la editorial Abril, donde conoció a Boris Spivacow. En 1967 empezó a dirigir la colección para chicos “Cuentos de Polidoro” de CEAL. El primer título fue Pulgarcita, de Andersen, traducido por la propia Ferro e ilustrado por Ayax Barnes. Una de sus invenciones más memorables fue El Quillet de los Niños, “enciclopedia autodidacta para niños” en seis tomos. Quedará en la memoria de muchos su quehacer inclaudicable como directora de colecciones en “Los Cazacosas”, “Veo y leo” y “Pequeña agenda”. Y deja un puñado de títulos inolvidables: El secreto del Zorro, Aquesí y Aquenó, Zapatos caminadores, Historias extra vagantes, Los dioses campeones y Radiografía de una bruja, entre los cientos de cuentos, piezas teatrales y poemas que escribió, traducidos y publicados en Londres, Milán, Amsterdam y Nueva York. Cada página de Ferro será como treparse al tren en una estación llamada “la ganas locas de imaginar”





Entrevista con Beatriz Ferro

Durante los meses de febrero y junio de 2000, el periódico Página/12 de Buenos Aires (Argentina) acompañó su edición de los sábados con libros de la colección Historias fantásticas de América y el mundo, escritos por Beatriz Ferro. La periodista Ángela Pradelli entrevistó a la autora para el suplemento Las/12 del diario mencionado. En esta entrevista, Beatriz Ferro defiende la vigencia de las leyendas como lecciones íntimas de la Antigüedad, un espejo de un mundo que se fue, sencillo, cordial y creyente mientras compara los antiguos héroes con los de nuestros días. Agradecemos a Ángela Pradelli y a Sandra Russo, directora de Las/12, por autorizar la reproducción de la entrevista en esta edición deImaginaria.




Vitalidad de la fábula por Ángela Pradelli


Beatriz Ferro es una mujer de la que se pueden decir muchas cosas. Que ha sido responsable de varias colecciones de libros que hicieron historia en este país. Por ejemplo Cuentos de Polidoro (1967) para la que también escribe adaptaciones y traducciones, Te cuento, Zoomundo y Salvemos la tierra (1986-1989), que editó Hyspamérica, y Cazacosas, publicada por la editoiral Estrada (1994). Que su obra fue ilustrada por los mejores dibujantes de la Argentina como Nine, Hermenegildo Sábat, Oski o Enrique Breccia. Y que sus textos cruzaron la frontera con éxito e imágenes de Oscar Grillo en Inglaterra, Michele Sambin en Italia, y Hohn Hovell, Susan Todd, Shari Warren y Elena Torres en USA. En España Lumen de Barcelona sacó Ramiro en castellano, y Bernat, en catalán, y en Italia Eme Edizione de Milano difunde Por ejemplo un paraguas (Per esempio un ombrello). Fue directora de Arte y de Redacción de la colección Veo-Veo, Ediciones Hyspamérica, editada también porPágina/12.


Pero estra trayectoria de lujo no le impide seguir haciendo las cosas con una pasión poco frecuente ni mantener una costumbre que se va perdiendo en las metrópolis: sostener una conversación verdadera. Esto la convierte en alguien generoso y amable como pocos.

—¿Cuál fue tu intención al escribir una nueva versión de estas leyendas?

—Plutarco, que era el biógrafo de los héroes, dice en su libro Vidas Paralelas: "Tratemos de tamizar estas fábulas al menos para que asuman la apariencia de historias". Ese fue mi deseo, reescribirlas para acercarlas hoy a los lectores de acuerdo con la mirada que arroja sobre ellas esta época en particular. Porque las leyendas permanecen allí, como un buen paño para que se lo borde, se lo remiende, recorte o deshilache a gusto, según el uso y la necesidad. Hasta ahora, el paño resiste.
—¿Cómo definirías la leyenda?
—Recuerdo la definición de un académico que decía que las viejas leyendas son lecciones íntimas de la Antigüedad, como un espejo de un mundo que se fue, sencillo, cordial y creyente.

—Pero a pesar de ser lecciones de un mundo que se fue las leyendas siguen teniendo vigencia.
—Absolutamente sí, sólo que los contenidos y los héroes se refugian ahora en el cine. Y no son ya aquellas lecciones íntimas sino mensajes con altavoces de un mundo poco sencillo, poco cordial pero que, a pesar de su condición incrédula, sigue necesitando entre otras cosas de la fabulación y de lo mágico. Como sea, las antiguas voces siempre existen, serpentean entre los temas de moda y, por una razón u otra se abren camino para seguir entre nosotros.

—¿Los héroes se refugian ahora en el cine porque allí la tecnología colabora con ellos?
—Sí, es cierto. Sin embargo, como en las leyendas de tiempos remotos, lo que verdaderamente cuenta no son los medios más o menos sofisticados sino el ansia y la búsqueda de la liberación y la verdad. El héroe sigue un objetivo preciso y a pesar de estar en desventaja ante las fuerzas del mal puede dominarlas porque primero ha vencido dentro de sí el temor.

—¿Quiere decir entonces que el héroe de antes se parece al de ahora?
—Claro, es nuestro viejo Teseo enfrentando al Minotauro. O el nuevo, audaz, intergaláctico Skywalker de La guerra de las galaxias oponiéndose al siniestro Dart Vader que, al final se revela como su padre. Por otra parte, si hablamos del nacimiento del héroe, tanto en la literatura como en el cine, encontramos el tipeo de una máquina de escribir dándoles vida. Los héroes del cine, antes de acceder a la imagen, fueron gestados por la palabra escrita, por el libro o el guión que los vio nacer. Tal vez el vínculo entre los héroes de la literatura y los del cine esté a cargo del antiguo lector y el nuevo espectador, ambos dispuestos a dejarse maravillar por los prodigios. Además, los héroes siempre están de regreso. Vuelven personificando a un investigador privado o a un defensor de la ecología o a un viejo sabio, dotado ahora de debilidades humanas y, lo que es mejor, de cierto sentido del humor que sus antecesores no poseían.

—¿Y qué pasa con la mujer en su rol de heroína?
—Bueno, creo que la literatura feminista aportó lo suyo para poner las cosas en su sitio. La editorial Delle parte delle bambine —De parte de las niñas—, en un libro espléndido donde el relato es una historieta, nos cuenta el revés de la leyenda Teseo y el Minotauro, convirtiendo a Ariadna, la que ayuda a Teseo a salir del laberinto, en la verdadera heroína de la historia. De hecho, el libro se llama Ariadna, entrelíneas de una leyenda. Teseo queda sin un hueso sano y ya desenmascarado aparece como un personaje más bien siniestro, duro, especulador, ambicioso y libertino. Ariadna y la condición femenina, por supuesto, exaltadas.


—Las leyendas se mueven siempre en una zona borrosa entre la realidad y el mito.
—Sí, aunque los especialistas hacen juego de malabares para saber si fueron o no obra de autor, si tienen raíz popular o literaria, casi siempre suponemos que no son producto de la fantasía de un individuo sino de una neblinosa memoria colectiva, y partimos de la convención de que las personas y los sucesos existieron realmente. Por otra parte, aunque se trate de fabulaciones, los protagonistas y los hechos tuvieron una vívida presencia en la creencia de las gentes y en la tradición de los pueblos, lo cual les otorga casi la condición de reales.

—Para los escritores es difícil señalar un momento de iniciación pero muchos rescatan experiencias que de alguna manera marcan la "entrada" a la literatura.
—Sí, yo asistía al taller de una gran dibujante europea que se llamaba Agnes Lamm y que venía de Kunstkewerbe Schule, una escuela muy prestigiosa de Viena. Yo dibujaba todo el tiempo y en realidad, mi primer texto partió de la imagen. Primero dibujé un personaje y después le escribí un cuento. A ella le entusiasmó mucho lo que yo había escrito y me llevó a la editorial Abril. Allí lo encontré a Boris Spivacow en una pequeña oficina y me preguntó si yo escribía poesía. Le contesté que sí y él me dio dos temas pero yo me trabé totalmente y no pude escribir nada.

—¿Boris Spivacow fue un maestro para vos?
—Absolutamente. Yo reconozco a tres maestros. A Spivacow como dije, a Oesterheld, que me enseñó a escribir historietas y a Pedro Orgambide que estaba en la redacción de los libros infantiles de Editorial Abril y me ayudó mucho. Personas muy interesantes, muy buenos maestros.

—Usted habla de una relación entre la creación de sus textos y el movimiento.
—Sí, porque aunque la gestación en sí nace de un hecho íntimo y privado, creo que mis historias nacen del movimiento, casi siempre están ligadas a la acción: caminar por la calle, hacer un recorrido en auto o en tren, o la presencia del mar —movimiento perpetuo—. Tengo un libro que aún no está publicado que me fue dictado por el mar.

—¿Y qué lugar ocupa el campo de los sueños en esa etapa de creación?
—Un lugar muy importante porque para mí los sueños son un aspecto de la vida cotidiana como tantos otros que reclaman una entidad propia, diferenciarse, ser contados. Mis sueños no son para nada caóticos, pero eso sí, algunos son tan densos como una novela rusa.

—¿Qué está escribiendo ahora?
—Ahora que ya están en la calle estas leyendas que aparecen los sábados conPágina/12, quiero trabajar sobre un material de literatura no infantil. Tengo muchas cosas escritas y me gustaría que esos textos también empezaran a circular entre los lectores.


Ángela Pradelli (angelapradelli@ciudad.com.ar) es profesora de Letras, escritora y periodista. Ejerció la docencia en los niveles medio y terciario y coordinando talleres literarios para adolescentes y adultos. Ha publicado Las cosas ocultas (Ediciones del Dock) y cuentos y poesías de su autoría figuran en las antologías La otra palabra, antología de cuentistas argentinas (Editorial Biblos); Concurso Nacional de Poesía Miguel Angel Bustos, Roberto Santoro, Francisco Urondo (Ediciones Ultimo Reino);Quince líneas (Ediciones Tusquets) y Nuevos cuentos, nuevos cuentistas (Grupo Editor Latinoamericano). Por su obra literaria ha recibido distinciones en varios premios y concursos nacionales y extranjeros. Como periodista, colabora en el suplemento semanal Las 12, del diario Página/12, y en la revista literaria Lea.
Entrevista extraída,  del Suplemento Las/12, del diario Página/12; Buenos Aires, 10 de marzo de 2000.



La imagen y la palabra
Por Silvina Friera

Las viejas leyendas –decía una de las más destacadas escritoras de la literatura infantil de nuestro país– son lecciones íntimas de la Antigüedad, “como un espejo de un mundo que se fue, sencillo, cordial y creyente”. Beatriz Ferro logró que muchos lectores fueran como Juan, ese niño que ve en una simple rama una caña de pescar, una lanza para luchar contra los monstruos, un bastón de pastor, una vara de equilibrista, un caballo más rápido que el rayo y algunos “prodigios” más atesorados en Las ganas locas de imaginar, un relato magistral que podría ser el emblema de la vida y la obra de esta grandísima narradora, traductora, editora y directora de notables colecciones –“Cuentos de Polidoro” para el Centro Editor de América Latina (CEAL); las “Historias fantásticas de América y el mundo” y “¡Arriba el telón!”, para Página/12–, que murió el jueves pasado. Todos sus libros condensan el imperativo categórico de su paraíso creativo: la unión de la palabra con la imagen, un “matrimonio” que para ella, además de indeleble, era imposible de eludir. El ilustrador, antes un convidado de piedra, con Ferro editora y autora, adquiere el status de coautor. En el círculo de grandes nombres que trabajaron a su lado están Oski, Ayax Barnes, Carlos Nine, Elena Torres –quizá su mejor cómplice–, Hermenegildo Sábat, Enrique Breccia y O’Kif, entre otros.



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