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lunes, 15 de abril de 2013

Karenne Wood poeta



Karenne Wood  (Washington, 1960-21 de julio de 2019). Pertenece a la Nación Monacan. Poeta, narradora, ensayista y antropóloga. Dirige el programa Patrimonio Indígena de Virginia, en la Fundación Virginia para las Humanidades. Publicó el libro de poemas Markingson Earth, 1999, Premio de Poesía de los Autores Nativos de Norteamérica, obra cíclica que explora las distintas dimensiones de la experiencia humana, quien que busca vencer la sensación de alienación de su gente y su pasado. También publicó The Virginia Indian Heritage Trail.
Uno de los aspectos más importantes y duraderos de las culturas indígenas americanas es el concepto de respeto por los demás, por la tierra sagrada, por los seres vivos y las plantas que se consideran familiares de los seres humanos. Los países de origen de los pueblos indígenas no son sólo lugares de dónde extraer los recursos, sino que son la fuente de la vida misma de las generaciones pasadas y por venir. Los nativos no se imaginan el “progreso” como una marcha tecnológica lineal desde un punto de partida arcaico a un estado indefinido de la perfección: ven el tiempo como una serie de ciclos a través de los cuales las personas recrean las mismas funciones. Nuestro propósito como seres humanos es mantener el equilibrio y la armonía en el mundo natural. Esto se logra cultivando “correctas” relaciones y un estado sano de la mente. Dicho esto, ¿cómo nos relacionamos con una ética cultural que valora la ganancia y el poder político por encima del mantenimiento de nuestras tierras, aguas y la diversidad de formas de vida que nos rodean?”, escribe Karenne Wood.


Sitio de una masacre



Puedes decir que ves
sólo un campo o escuchas
solamente una brisa
donde ahora surge pasto
sobre la tierra, el viento,
luego los muertos descalzos corren
antes de que un arma retumbe
contra su cráneo, ruido sordo de
niños desplomándose,
muñecos desgonzados en el
centro de un pueblo en llamas.

Benditos aquellos que
no escuchan llantos interrumpidos,
o tiros o pezuñas,
que no pueden sentir la persistente
pena. En el sol de la tarde,
cada roca destella. En el viento,
cada hoja de pasto grita.





Jamestown revisitado


A la manera de Wendy Rose.
(Al ser invitada a una reunión en el sitio de la Colonia de Jamestown, donde la gente de la
iglesia deseaba disculparse con los indígenas de Virginia por todo lo sucedido desde 1607).

Aquí vienen de nuevo,
inquiriendo. Advierten
que nada tenemos
para dar, hemos dado
como la tierra, nuestras
montañas asoladas
con negros venenos híbridos
elaborados de tabaco.

Ustedes nos disponen en su
plataforma como esculturas.
Podrían arrepentirse ante nosotros,
llorar entre sus ropas por algo
como un emotivo programa
de debate, para absolverse casi
cuatrocientos años, y después
regresar a casa a cortar el césped.

Ustedes no son quienes
quemaron nuestros cultivos de maíz
nos dieron cobijas infectadas
politiquearon, robaron, violaron o
intercambiaron ron. Ustedes no son
los que preguntan cómo puedo ayudar,
los que ofrecen su trabajo a los indígenas,
o incluso votan por salvar el planeta.

Nosotros no somos quienes
Perdieron a sus hijos congelados en el río,
cuyas madres cargaban balas
cuyos padres dejaron corazones
en este suelo. No fue sobre nosotros
que se dijo, no tienen
ni los derechos de los perros

Nosotros somos palabras de lenguas
que nadie se atrevió a hablar. Somos
sin nombre, nombrados por otros;
mulatos y mestizos
de Virginia. Somos piedras blancas
y pedazos de hueso, alfarería
sumergida en rojo barro, vidrio negro

como puntas de lanza encontradas aquí,
obsidianas extraídas entre las tribus
que vivieron miles de kilómetros al
oeste. Somos refranes de nuestros
abuelos, canciones que flotan en
el viento nocturno con nuestros sueños.

Ahora ustedes nos llaman remanentes:
lo que queda de una tela
cuando la mayor parte se gastó.
–Ustedes no tienen memoria–
nos desplomamos sobre
cicatrizadas rodillas y dijimos que
no había más que dar.

Ustedes preguntan de nuevo,
¿Aceptaremos sus disculpas?
Un viento del suroriente
les responde. Nuestras orejas
no son visibles. Los labios no son
visibles…
O, somos los huesos
de lo que ustedes olvidan, de lo que
ustedes pensaron eran sólo mentiras…

Sólo nuestros ojos miran alrededor.
Ojos tono tierra, ojos del
bosque, ojos de cumulonimbo, ojos
salpicados de oro, ojos
como la obsidiana, ojos que
ven directamente a través de ustedes.



http://www.festivaldepoesiademedellin.org/pub.php/es/Revista/ultimas_ediciones/91-92/wood.html
http://anthropology.virginia.edu/gradstudents/profile/kgw5h

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