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jueves, 26 de noviembre de 2020

Yanequeo o Anuqueupu, o la valentía de la mujer chilena



Durante las primeras guerras entre mapuche y colonizadores españoles a fines del siglo XVI, Alonso de Ovalle la llamó Yanequeo; no obstante, el padre Rosales, cronista de Arauco que la rescató del anonimato, defendió como su verdadero nombre el de Anuqueupu, que significa pedernal asentado, pues la historia cuenta que una mujer tan fuerte como una piedra asentada en el fondo de la tierra fue la mujer que cargó con el dictado de liderar a su pueblo en su batalla contra el invasor. Mujeres que han liderado batallas políticas y militares de una nación y un pueblo si bien no son tan excepcionales son, sin embargo, a menudo obscurecidas y olvidadas por la gran mayoría de los actores políticos en todos los tiempos.
Janequeo, como se hizo conocida a través de su descendencia, fue quien lideró a varios miles de mapuche contra el ejército imperial español; sus objetivos: vengar la muerte de su marido, el cacique Potaén y obtener la libertad de su patria. Junto a su hermano Guechuntureo logró el apoyo de numerosos caciques de la región. Según las crónicas que de ella se cuentan, esta insigne, valiente y valerosa Amazona (calificativos que Rosales le confiere) poseía gran retórica y animaba con su valor y ejemplo a los soldados mapuche que decidieron seguirle. Rosales destaca que la estrategia que utilizó Janequeo y su hermano para aumentar sus huestes y promover la adhesión a su ejército, entre los indios de paz fue la de la amenaza de tormentos; dicha maniobra pareció ser efectiva pues llegaron a congregar a más de cuatro mil combatientes, con quienes construyeron un fuerte, estratégicamente ubicado en el corazón cordillerano de Villarica.
Los testimonios dan cuenta de la participación de Janequeo en tres batallas contra los españoles, las cuales son descritas como grandes enfrentamientos y vastos escenarios de sangre: “Anuqueupu sargenteando un grueso ejército, y poniendo fuego y ánimo a los soldados, que estaban maravillados del valor, y eficacia en persuadir a todos a la guerra, de esta insigne mujer”.
Janequeo celebra dos victorias en las batallas de Arauco, asesina al Capitán Cristóbal de Aranda y a muchos de sus hombres les hace cortar la cabeza situándolas en la punta de su lanza como trofeos de guerra. Según Rosales, en medio de la contienda y para otorgar mayor valor a sus hombres Janequeo cantaba, “lo cual animaba a pelear con mayor valor y confianza a los soldados, que acometían como unos leones desatados por uno y otro lado a los españoles”. 
Finalmente, el Gobernador español dolorido en su orgullo de que fuese una mujer quien estuviera a la cabeza de este grupo de hombres y se jactase victoriosa ante ellos, decide atacar el fuerte de los hermanos Guechuntureo y Anuqueupu en el invierno de 1590. Rosales refiere que al ser vencidos Janequeo escapa sin dejar rastro y su hermano termina por ofrecer la paz a los españoles.
El historiador Diego Barros Arana cuestiona la veracidad del relato de Rosales e intenta poner en duda la existencia de Janequeo como un personaje histórico real, resaltando el carácter mitológico de su historia. Para ello argumenta que aparte de los relatos de los cronistas Ovalle y Rosales no existe ningún documento oficial que compruebe los hechos y proezas que son descritos por los mismos.
La crítica de Barros Arana intenta cubrir la historia de Janequeo tras el mito. En este sentido, el carácter que se le intenta imprimir al mito responde a la definición de éste como un relato tradicional de acontecimientos extraordinarios, que son protagonizados por seres sobrenaturales. Desde esta perspectiva, se pretende desacreditar la historia de Janequeo. No obstante, no debe olvidarse que el mito constituye realidad, constituye el significado y la representación de una realidad subjetiva; compone, construye y forma parte del imaginario y de la identidad de una comunidad; permanece en la memoria colectiva de los individuos y dota de sentido el espacio-tiempo en el que se crean y re-crean los pueblos. 
De acuerdo con lo anterior, lo significativo en Janequeo no es si su historia es real o ficticia, como sugiere Barros Arana. Su relevancia radica en el significado, representación, historicidad y sentido que los individuos ponen sobre ella y, en particular, lo que la propia comunidad quiere significar.
Lo inquietante/amenazante en Janequeo, y que por consiguiente merecen ser cercenados, transformando su historia en una invención, se pone de manifiesto en la triple naturaleza o en la triple dimensión de lo que sus actos y ella misma representan. Estas dimensiones tienen relación con el género, su ser mujer; en segundo lugar, con la raza/la sangre, su ser mapuche y, en tercer lugar, el desafío directo y metafórico a la dominación española, dominación patriarcal por excelencia. 
El padre Rosales, admirado de sus hazañas, no puede sino referirse a ella y a sus desafíos declinándola en masculino. Así, la describe como la varonil Anuqueupu, la valerosa amazona que peleaba varonilmente, con fuerza de espíritu varonil. La diferencia entre el padre Rosales y las mujeres mapuche que más tarde la reivindicarán es que su valentía y su fuerza se significarán como propias de las mujeres mapuche. 
Puesto así, lo relevante es la construcción subjetiva o la realidad que representa Janequeo. Su particularidad representaría una parte importante de la tradición oral mapuche, pues como relata Diva, la mujer mapuche siempre ha sido una mujer fuerte, valiente y luchadora y, por lo mismo, a ella no le sorprende la historia de Janequeo: “en cada comunidad hay referentes familiares, si tú vas a la historia que te van contando tus abuelos, siempre hay mujeres con actos de valentía muy importantes y que la mujer participó en la guerra tanto como el hombre, en las mismas condiciones, 
entonces, mito o no, a la Janequeo uno la retoma. Nosotros ya teníamos nuestras propias Janequeos; a nosotros siempre se nos recalcaba la valentía de nuestras mujeres”. 
Existen dos lecturas que se pueden hacer en relación a la contribución de Janequeo como un personaje relevante en la construcción y afirmación de la identidad y del discurso femenino mapuche. En primer lugar, es notable observar que Janequeo forma parte de un todo ya instalado, no llega a instaurar, sino que es una más de esas cientos de mujeres mapuche que han sido valientes y luchadoras, que han participado de la guerra y han defendido su pueblo. Desde esta noción, la figura de la valiente mujer sólo vendría a reforzar o reafirmar algo que ya se encuentra instalado en el imaginario colectivo del pueblo-nación mapuche, o más bien de las mujeres mapuche. Diva recalca que la importancia de Janequeo radica en la reafirmación de ciertos códigos internos, que si bien los hombres no han querido relevar, tampoco han podido desconocer completamente: “…cuando llegaron los colonos alemanes y empezaron a matar a la gente y quedaban las mujeres solas y pensaban que las mujeres se iban a amilanar; en el caso mío yo tenía unas tías que enfrentaron a los matones que mandaron los alemanes, y los expulsaron y se quedaron en la comunidad y fue una lucha de mujeres… “.
Una segunda y fundamental lectura sobre la historia de Janequeo, que nos permite situar su figura en la discursividad actual de la mujer mapuche, es la trascendencia político-emocional que ostenta y que se significa en una coyuntura determinada: la lucha mapuche contra la dictadura militar de Pinochet. En efecto, es en este período en que se cuestiona la recuperación parcial de tierras y la autonomía otorgada por el gobierno de Salvador Allende. La creación de la Ley Nº 25.568, que contempla “promover el pleno acceso a la propiedad individual mediante la entrega de títulos de dominio a los mapuche”, “lograr la plena integración de la raza mapuche a la nación chilena”, “desarrollar una política agresiva para erradicar la marginalidad del pueblo mapuche, obtiene como resultado la disminución del territorio mapuche en 340 mil hectáreas. En 1979 se crea la Ley Decreto 2750, cuyo único y principal objetivo es el de “acabar legalmente con la condición indígena”, puesto que se funda en el principio alienante que sitúa a los mapuche como ciudadanos comunes, sin necesidad y derecho alguno de gozar de algún trato o contemplación especial, negándose de esta manera el Estado chileno a reconocer su diferencia étnica. Es en este contexto adverso que ella es reivindicada por un grupo de mujeres mapuche.
Como respuesta a estas nuevas políticas indígenas estatales se crean los centros Culturales Indígenas que aspiraban, junto con el apoyo de algunos sectores de la Iglesia Católica, a contrarrestar y denunciar la intención de la dictadura de aniquilar jurídicamente a la etnia mapuche. En 1981 los Centros Culturales Mapuche cambian su nombre, legalizándose como la organización nacional sociopolítica Mapuche ADMAPU (Asociación Gremial de Pequeños Agricultores y Artesanos Mapuche). Es en dicha organización en donde la figura de Janequeo resurge con un rol preponderante, actuando como referente e ideal identitario femenino: “…cuando empezamos a relevar a Janequeo, fue cuando estábamos en plena dictadura, era importante para nosotras, era nuestro reflejo, no nos importa si es mito o no, o sea, sabemos que hay Janequeo y era porque representaba a la mujer. Nosotras siempre sacábamos gritos de la Janequeo y era importante para nosotras, porque era importante que alguien se refiriera a que una mujer participó en un ejército y se le reconociera este hecho, porque, por ejemplo, los cronistas no van a reconocer que una   mujer los venció, nunca. Yo creo que hubieron más batallas ganadas por mujeres, nosotros no nos vemos como mujeres sumisas”.
Diva recuerda que cuando ella tenía unos 21 años y era estudiante en Temuco, se integró a participar en ADMAPU. Plantea que fue allí donde Janequeo se transformó en un estandarte de lucha, tanto para hombres como para mujeres, aunque afirma que no era casualidad que Janequeo se destacara en esa época, porque “había mucha mujer participando en ese minuto… se eligieron mujeres dirigentes, y las mujeres salieron con la cosa de la Janequeo, queríamos seguir su ejemplo”.
Es notable observar cómo los dispositivos de la memoria colectiva se activan cuando se trata de sobrevivir frente a la amenaza contra la identidad, contra el genocidio de la identidad. En este caso se trata de la figura de una mujer que emerge para liderar una lucha que es, finalmente, el reconocimiento de lo femenino como ideal a seguir, como proyecto de futuro y como sentido de resistencia, valentía y determinación; cualidades todas atribuidas, en general, al género masculino. 
La reinterpretación que las mujeres de ADMAPU realizan de Janequeo, antes invisible, les permite ser protagonistas y sienta las bases para que otras mujeres puedan representarse en ella: “A nosotras nos gustaba, porque se le reconoció el haber luchado, el ser guerrera, y como es lo único que te reconocen, tú te afirmas de eso. Cuando hacíamos los discursos colocábamos a la Janequeo en primer lugar, porque era nuestro referente”.
Es entonces irrelevante si su historia es mito o realidad, puesto que fue el colectivo, principalmente las mujeres, quienes dotaron de realidad y significado su persona en un acto por personificar en una sola mujer a todas las mujeres mapuche; su ser, su fuerza, su yo individual y colectivo. Pues, al igual que la valerosa Anuqueupu, se apropiaron de una batalla eclipsada por lo masculino durante la dictadura militar y, al igual que ella en la guerra contra los españoles, se tomaron las palabras y las acciones para defender no sólo a su pueblo, sino que principalmente para ver renacer una y otra vez en ella su ser mujeres.

Las huellas de Janequeo que encontramos en el espacio urbano están en algunas ciudades como Concepción, Valdivia y Santiago. En Santiago, en las comunas de Buin, Maipú, Cerro Navia, La Pintana, Lo Espejo, Pudahuel, Quinta Normal, Las Condes, calles, pasajes y avenidas como mudos testigos, la recuerdan. Por su parte, la Armada chilena cuenta o ha contado con torpederas y remolcadores que llevan o han llevado su nombre

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