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lunes, 9 de noviembre de 2015

Heroínas de la comida en México



Los frentes fríos que se ocasionaron entre octubre y diciembre de 2007 afectaron gravemente al norte de Chiapas  Tabasco. Las fuertes lluvias, los deslaves, los desbordamientos de ríos y las consecuentes inundaciones provocaron pérdidas de cosechas y de animales de traspatio, uno de los sistemas de producción tradicional de las comunidades campesinas. Además, las fuentes naturales de agua potable se vieron contaminadas. Todo ello no hizo más que agravar la situación de pobreza de las poblaciones afectadas y limitó el acceso de éstas a los alimentos básicos.
En Tabasco, más de 600 comunidades resultaron inundadas. Según Naciones Unidas, hubo más de 1,2 millones de damnificados y unas pérdidas de más de 31.871 millones de pesos, el 28% en el sector agrícola. Por su parte, el estado de Chiapas reportó 4.000 viviendas dañadas y más de 20.00 damnificados.
Ante esta situación, Oxfam México inició su respuesta en acción humanitaria -en colaboración con organizaciones de la sociedad civil y actores locales- atendiendo las necesidades básicas de la población en un inicio, y poniendo en marcha proyectos de rehabilitación de medios de vida y de reducción de riesgo de desastres a largo plazo, pues tanto las fuertes lluvias como los frentes fríos son fenómenos extremos del clima derivados del cambio climático y recurrentes cada año en esta zona.
Los proyectos ubicados en Ejido Arroyo Seco (Tabasco), llevado a cabo por Oxfam y la Asociación Ecológica Santo Tomás, y en Pueblo Nuevo y Manzanillo Pinabeto (Chiapas), ejecutado por Oxfam junto al colectivo Isitame, se englobaron dentro de esta respuesta humanitaria. El proyecto finaciado entre 2010 y 2011  en coinversión con Oxfam  México y por la Fundación del Empresariado en México (Fundemex), se centran en el trabajo de la mujer en los traspatios beneficiando de ese modo a 181 familias directamente y a otras 580 indirectamente.
Ambas iniciativas fortalecen y desarrollan el sistema tradicional de producción en los traspatios de las viviendas a través de:
•    Capacitación y formación de las mujeres a cargo de las parcelas.
•    Acceso a herramientas y a semillas (de verduras, hortalizas, árboles frutales…) y aves de corral destinadas al autoconsumo y, en segundo término, a la venta  pequeña escala.
•    Asesoría en la formación de “cajas de ahorro” comunitarias con cuotas de interés muy por debajo de lo usual, no más de un 5%.
•    Mejora de los sistemas de Reducción de Riesgo de Desastre (sistemas de alerta temprana, mapas de riesgos…) y formación de los habitantes de la comunidad en esta materia.
El espacio productivo del traspatio permite no sólo incidir en el fortalecimiento económico de familias campesinas si no que también fortalece la condición de las mujeres y la formación de redes solidarias de aprendizaje, producción y acompañamiento, que les darán fortalezas, herramientas y argumentos sólidos para abordar otros aspectos como la violencia de género y la discriminación que se viven en las comunidades rurales, así como la participación en otros espacios sociales y comunitarios.

“Tenemos con qué complementar nuestra alimentación, es más variada y nos sentimos mejor”


“Vinieron las lluvias y las inundaciones y no nos quedó nada. Lo perdimos todo: la casa, nuestras pertenencias y también las cosechas. Todo el fríjol y el maíz se lo llevó el agua. Tan sólo podíamos comer una vez al día y era lo que mi esposo podía traer del monte: unos calabacines, chayote… Poco más… Además no había empleo. Pero ahora, con este proyecto, las cosas son diferentes. Ahora tenemos más hortalizas y, sobre todo, ahora podemos comer carne cada semana”, dice Candelaria Gutiérrez, beneficiaria y presidenta de la cooperativa Las Mariposas de Ejido Arroyo Seco (Tabasco), puesta en marcha por Oxfam y la Asociación Ecológica Santo Tomás en 2007.
Candelaria, al hablar de la carne, no se refiere sólo a la de las gallinas y pollos proporcionados en el marco del programa, si no a la de los cerdos que este grupo de mujeres han podido comprar a fuerza de destinar parte de su producción de traspatio también a la venta a pequeña escala –en su comunidad y alrededores- y no sólo al consumo. “Nuestra alimentación ha cambiado. Ahora, como le digo, comemos seguido carne: de pollo, de cerdo. Tenemos con qué complementar nuestra alimentación. Es más variada y nos sentimos mejor. Ahora ya los niños no se enferman tanto como antes, que siempre andaban con diarrea. Incluso uno de mis hijos casi muere y ahora, fíjese, tiene ya 23 años”, apunta la mujer con satisfacción.
Las mujeres participan en este proyecto destinan además una parte del montante extraído de las ventas de verduras y carne a “alimentar” los fondos de una pequeña caja de ahorros que gestionan ellas mismas. “Si nos hace falta algo de plata, pues ahí lo tenemos. Nos lo prestamos y lo devolvemos con un interés muy bajito”, explica Candelaria en clara referencia a los prestamistas privados que abundan en el país y cuyos intereses están por las nubes. “Con esa plata podemos comprar unos zapatos, si los necesitamos, una muda de ropa. Y es que la vida mejora si aportamos también nosotras. Por ejemplo, cuando yo me case, mi casita era de chapa. Teníamos solamente dos vasos y casi ni cubiertos. Ahora tenemos de todo, no es que sobre, pero sí estamos mejor”, añade.
Candelaria es la presidenta del grupo Las Mariposas; pero trabaja en éste como una integrante más. “Nos turnamos, cada día venimos una distinta, pues además de este trabajo tenemos que cuidar de la casa, de nuestros huertos allí. Los niños, la comida… Eso sí, mi marido también ayuda”, asegura. “Sea como sea es importante que nosotras trabajemos. También tenemos que aportar a la economía de la familia, demostrar que podemos y que no tenemos porque estar en casa todo el día”, sentencia.
Cuando a las integrantes del grupo se les pregunta de donde viene el nombre Las Mariposas, todas sonríen y explican que es porque desde el inicio todas quisieron “volar más alto y llegar más arriba”. ¿La meta de Candelaria? “Tener mi propia tiendita, un negocio propio. Una carnicería. En cuanto pavimenten mi calle, mi esposo y yo la abriremos.

“Cuando una mujer quiere trabajar, no hay barrera que no pueda pasar”




Petrona es menuda, delgada y parece frágil. Parece, pues se desenvuelve con una asombrosa destreza con el pesado machete que emplea para podar las matas de hortalizas de la parcela de Las Mariposas, la cooperativa en Ejido Arroyo Seco (Tabasco), puesta en marcha por Oxfam y la Asociación Ecológica Santo Tomás en 2007.  Y con la misma desenvoltura explica que ha supuesto para ella –y para el resto de la comunidad- este proyecto. “Le sacamos más rendimiento a nuestros traspatios, tenemos más verduras y mas carne que antes. Así que ahora también podemos ahorrar nuestra plata y comprar las cosas que los niños necesitan para la escuela y los útiles para la casa”.
Hace hincapié en “los útiles para la casa” quizá porque ella y su familia perdieron la suya en las inundaciones de 2007. “Se nos vino abajo”, cuenta. “Era de tablas y se cayó. Estuvimos 15 días sin donde ir y habiendo perdido también toda la cosecha de tomates, frijoles, chayotes…”, añade.  Señala también que el Gobierno tardó en enviar las ayudas a la comunidad y que fueron los “vecinos de Chiapas” los que les proporcionaron alimento durante los primeros días de emergencia. Pensar en esas deficiencias del estado le hace señalar la importancia de la caja de ahorros comunitaria que gestiona esta cooperativa. “Los ahorritos nos sirven para hacer frente a las enfermedades, por si alguien tiene que comprar medicinas y no puede. Se le presta y ya nos lo devuelve de a poquito”, apunta.
No obstante, Petrona asegura que la salud en la comunidad ha mejorado desde que se puso en marcha este programa. “Todos hemos mejorado en este sentido, porque todos comemos mejor. Matamos dos cerdos por semana cuando hay cosecha con qué alimentarlos; si no, uno sólo. Pero el caso es que ya hay carne para comer y la gente en la comunidad se acostumbró a comprarla. Cuando no pueden, se la dejamos fiada”, explica. “Hay que esforzarse por salir adelante”, añade. “Por nuestros hijos”.
Por otro lado, esta mujer sabe que su comunidad es especialmente vulnerable antes los cambios bruscos del clima. Por ello, señala la importancia de los mecanismos de reducción del riesgo de desastre en Arroyo Seco. “Tenemos un Comité de Protección Civil que vigila los niveles del río y que, en caso de peligro, daría la alarma para que pudiéramos salir de los lugares más peligrosos. Es más seguro ahora. Aunque las lluvias siempre se van dar, siempre se han dado y así va a seguir. Por eso es importante estos ahorros y los cerdos, para cuando las lluvias se lleven las cosechas tener qué comer”, explica.
Regresando al inicio de la charla y preguntándole por lo que le ha aportado a ella, en lo personal, este trabajo con otras mujeres, Petrona no lo duda: “Independencia, ahora somos independientes”, dice. “La mujer ya se ha realizado en el hogar, ahora tiene que realizarse en el trabajo, ser independiente. Si el hombre trabaja, yo también puedo hacerlo. Tengo mis ahorros para mis gastos. Y aunque cuando tengo que venir a trabajar a la cooperativa me levanto a las tres de la mañana para alcanzar a hacer las tareas de la casa -pues mi esposo sale para el campo a las cinco- no me importa. Trabajando nos sentimos mejor, nos hace salir adelante. Pues cuando una mujer quiere trabajar, no hay barrera que no pueda pasar”.



“Antes comprábamos los duraznos, ahora los sembramos”


Esther Jiménez, una de las lideresas de la comunidad chiapaneca de Manzanillo Pinabeto lo resume de este modo: “antes comprábamos los duraznos, ahora los sembramos”. Manzanillo es un enclave en las montañas de Chiapas, de calles sin pavimentar y con una neblina eterna que le dota de una pátina gris y melancólica. Esther nos cuenta desde su pequeño huerto, ubicado en una de las laderas, casi perpendicular, de la montaña como se vieron afectados por las lluvias y los deslaves de 2007. “El agua acabó con todo. Con las cosechas, con las plantaciones. A nosotros, todo el maíz y el fríjol que teníamos se nos pudrió. Y así, podrido, nos lo tuvimos que comer, pues no había otra cosa”, cuenta.
Manzanillo, al igual que el resto del norte del estado, es una zona vulnerable a las lluvias torrenciales, pues son frecuentes los corrimientos de tierra al ser esta un lugar repleto de montañas en cuyas laderas se hallan no pocos cultivos. El de Esther es uno de ellos. “Y ha mejorado mucho”, dice. “Con el programa hemos aprendido muchas cosas para mejorar la siembra”, señala la mujer refiriéndose al proyecto iniciado por Isitame y Oxfam hace cinco años. “Por ejemplo, ya no quemamos los restos de comida, los aprovechamos para hacer abono. Y por ello ahora recogemos mejores tomates, mejores fríjoles… Y en más cantidad. Lo que nos sobra, lo vendemos y con lo que ganamos podemos comprar carne”, cuenta.
Además de carne, también compran todo aquello que necesitan para la casa, para la educación de los hijos, “aunque los míos sólo pudieron terminar la primaria ya que solamente llevábamos tres años trabajando en este huerto”, dice. Y para medicinas, señala por último, también guardan ese dinero para comprar medicinas cuando alguien enferma. “Aunque ya no es como antes”, aclara. “Hay mejores frutas y hortalizas, y con la carne ya no se enferman tanto los niños, ya no hay esa preocupación”, añade.
Esther es una de las veteranas de la comunidad. “Empecé a trabajar desde muy joven. Teníamos gallinas y vendíamos como 200 huevos a la semana, también teníamos cerdos. Las mujeres trabajábamos y así no teníamos que depender del marido”, explica. “Ahora seguimos trabajando y cuando él no tiene dinero para la casa, lo tenemos nosotras. Aunque hay muchos hombres aún en la comunidad que no ven bien que las mujeres trabajemos. Hay mucho machismo; pero yo les digo que no nacimos sólo para tener bebés en la casa, nosotras también necesitamos nuestro espacio”, concluye.



“Sabemos como mejorar nuestros cultivos”



“Nuestra vida es ahora más saludable. Cultivamos frutas y verduras más frescas, más jugosas. Al tener también pollos, no nos toca comprar carne, sino que incluso la vendemos y sacamos algo de plata”, dice Anadey, una de las beneficiarias del proyecto de Isitame y Oxfam en la pequeña comunidad de La Sidra, apenas un caserío encorsetado entre una cascada de agua y laderas verdes de montañas.
Anadey atiende sus gallinas mientras explica que gracias a ellas ahora también puede acompañar los fríjoles del desayuno o la cena con huevo. “Los niños ya no sufren por que no hay comida. Eso ya pasó. Ahora la salud ha mejorado”, dice. “Antes se daban muchas diarreas entre los niños de por aquí, mucha calentura también. Había veces que hasta comprábamos comida pasada porque no teníamos dinero. Pero ahora tenemos más calidad de vida por la plata que sacamos vendiendo lo que no consumimos. Y como ahora tenemos muchas más hortalizas que antes, complementamos algunos platos con ejote y las ensaladas con rábano.”, asegura.
Anadey también lo perdió todo con las lluvias del 2007. “Nuestra casa está en una ladera. Los deslaves eran un problema, así que tuvimos que dejar la casa por un tiempo y también las cosechas, que se echaron a perder”. Para que eso no ocurra de nuevo -ni a la familia de Anadey ni a ninguna otra de la comunidad- el proyecto también contempla iniciativas de reducción del riesgo de desastres ante futuras lluvias. “Sabemos como mejorar nuestros cultivos. Como hacer barreras para que la lluvia no afecte a la siembra y como sembrar en esas condiciones para tener buena cosecha”, explica la mujer.
Además, el pueblo cuenta con un Comité de Protección Civil que controla el estado de las tierras de la comunidad para avisar de posibles deslaves y proceder a la evacuación de las familias en riesgo. “Pero no sólo eso. También nos enseñan a vacunar a las gallinas y los pollos, para que no se enfermen, para tenerlos en buen estado y producir buena carne”, dice Anadey.
Todo ello, unido a la implementación de un sistema comunitario de ahorros da como resultado una mejora considerable en la economía y las vidas de los lugareños. “Tenemos nuestro dinero ahorrado y es importante porque imagine que se enferma el bebé de la vecina y ella no tiene plata para medicinas. Se le presta, se salva la vida del bebe y la mujer sólo tiene que pagar un 5% de interés. Es importante para dar dinero a los que no tienen”, explica.
Anadey, de todos modos, también tiene sus propios ahorros. “También tenemos que ahorrar: para ropa, por ejemplo. Pero sobre todo para llevar a los niños a la escuela, ahora es más fácil”, señala. Lo que no dice hasta que no se le pregunta es que su hijo está en la Universidad. “Sí, es cierto, la vida se nos ha hecho más fácil”, apunta. “Van a la escuela, a la universidad… ¡Y claro, mejor alimentados, porque no sé yo si sólo comiendo frijoles les iba a rendir tanto el estudio!”, exclama.
De pronto, la mujer se queda muy callada. “Pero aquí sigue habiendo mucho egoísmo”, confiesa casi en voz baja. “Hay hombres que no dejan salir a sus mujeres de casa, a los cursos de capacitación. No hay igualdad. Eso  se llama humillación, pues en estos cursos se aprende mucho y los que vienen aquí a darlos también se llevan cosas nuestra que aprender”, cuenta. “Los hombres deberían quedarse un día cuidando de los niños, ¡que no es nada del otro mundo! Nosotras podemos ayudar, aportar. Tenemos que trabajar todos juntos”.

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