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jueves, 21 de junio de 2018

Las Madres de Ituzaingó Anexo pioneras en la lucha por los derechos ambientales

Marcela Ferreyra, Norma Herrera, Vita Ayllon y Julia Lindon, cuatro de las integrantes del Grupo de Madres de Ituzaingó Anexo. (Ramiro Pereyra)

En el barrio Ituzaingó Anexo viven cinco mil personas, 200 de ellas padecen cáncer. “Hay casos de jóvenes de 18 a 25 años con tumores en la cabeza. Chicos de 22 y 23 años que ya han muerto. Hay más de trece casos de leucemia en niños y jóvenes”, describen las Madres de Ituzaingó -
 ene. 2009 - 


En marzo de 2002 salieron a la calle por primera vez para reclamar atención sanitaria ante la cantidad de enfermos en el barrio.Lograron mejorar la zona y alejar las fumigaciones, nuevas normas ambientales y un juicio inédito. Dicen que la lucha continúa. Un juicio histórico


-“Algo está pasando”. Eso empezó a escucharse aquel febrero de 2002. Lo dijo con timidez la verdulera, después su vecina, luego todos los que caminaban por esa cuadra de barrio Ituzaingó Anexo, sorprendidos de ver con barbijo tantas caras conocidas, demasiados enfermos concentrados en ese rincón perdido del sur de la ciudad de Córdoba.

-“Pedíamos que hicieran estudios, que vinieran médicos, que nos prestaran atención”, dice Marcela Ferreyra, una de las integrantes del Grupo de Madres de Ituzaingó Anexo.

Pero nadie las escuchó. Hasta que decidieron salir.


“Era la primera vez que cortábamos una calle. No sabíamos bien qué hacer. Nos escondíamos de las cámaras”, recuerda Vita Ayllón en el patio de su casa, escenario de muchos de los encuentros donde  las madres concentran su lucha.
Junto a ellas está Norma Herrera, madre de Brisa, la niña que tenía 3 años en ese entonces, cuyo rostro con barbijo se transformó en un ícono del reclamo barrial. “Me uní a las madres por Brisa, que tenía leucemia y no conseguíamos que el Hospital de Niños nos diera la medicación a tiempo”, dice Norma, que mira a su hoy “pequeña” de 18 años y no puede contener la emoción.


En aquellos días de 2002, los vecinos del barrio –la mayoría, mujeres– cortaron el camino a Interfábricas para que los escucharan: detectaban casos de cáncer, leucemias y alergias en cantidades que nunca antes había notado.

Más allá de sus percepciones y relevamientos propios, era evidente que algo pasaba, aunque nunca hubo un informe oficial determinante, que todas las partes validaran por igual. 


El caso de Ituzaingó Anexo llena bibliotecas y divide aguas. En ese espacio pegado entonces a campos de cultivos, en el límite sur de la ciudad, durante años se discutió sobre la incidencia de los distintos tipos de cáncer en esa población, hubo peleas para determinar si las causas tenían que ver con el agua contaminada, con los agroquímicos, con el PCB de los transformadores o con supuestos residuos de viejas fábricas.

Municipio, Provincia y Nación debieron implicarse de distintas maneras para averiguar qué pasaba y qué hacer. Se cruzaron versiones, ideologías y desidias.

Lo concreto: la lucha de las madres influyó en ordenanzas y normas que comenzaron a regular y a estirar las distancias para fumigar en zonas urbanas. Consiguieron que llegara el agua potable, que asfaltaran calles, que se instalara un centro de salud, que al menos por un tiempo llegaran especialistas con atención y recursos para los enfermos.

Y fueron las protagonistas de la primera condena por fumigaciones ilegales en el país


En 2012, la Cámara 1ª del Crimen de Córdoba condenó a un aeroaplicador y a un productor a tres años de prisión de cumplimiento no efectivo por poner en riesgo la salud de los vecinos de barrio Ituzaingó Anexo.
El fallo  fue ratificado por el Tribunal Superior de Justicia de Córdoba, y sentó un precedente en la materia al tratarse de la primera condena de este tipo en Argentina.

 -“Las autoridades nos decían que teníamos los mismos problemas que en otros barrios, negaban el problema y lo siguen negando”, se enoja Vita.
-Todas tuvieron algún familiar, algún amigo, algún vecino enfermo que las motivó a formar el grupo de Madres, pero también el deseo de cambiar el barrio y mejorar su calidad de vida.
-“Hacíamos empanadas para conseguir la plata para el ómnibus en el que ir al hospital. Pedíamos por los medios… a veces una deja la dignidad de lado cuando peligra la salud de un hijo”, recuerda Norma.

Marcela se queja: “Estamos abandonados, luchando para que traigan más médicos porque el centro de salud no da abasto con tanta gente de otros barrios”.

“Pedimos que hagan un seguimiento de los chicos que tienen agrotóxicos en sangre, pero no logramos nada todavía”, dice Vita.

“A todas nos pasaron cosas terribles, pero estamos de pie, luchando por el derecho a un ambiente sano”, agrega Julia Lindon.

“No es difícil enfrentar al Gobierno ni a las corporaciones cuando se va con la verdad. Al poder lo tenemos las mujeres que luchamos. Somos semillas que germinan sin parar por la vida de muchas personas que hoy no están”, dice Sofía Gatica, otra de las madres que acompañaron la lucha desde sus inicios.

Fueron pioneras. En Córdoba y en el país. Y la siguen peleando.




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