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viernes, 28 de diciembre de 2018

Ana Maria Fernandez psicóloga, escritora, docente.




Ana Maria Fernandez (20 de julio de 1944) es doctora en Psicología, profesora plenaria e investigadora de la Universidad de Buenos Aires. Invitada de prestigiosas universidades del país y de España, Francia, Estados Unidos, México, Uruguay, Costa Rica, Colombia, Chile. Es autora, entre otros libros, de El campo grupal: notas para una genealogía (1989), La mujer de la ilusión (1993) y, con un equipo de colaboradores, Instituciones estalladas (1999), Política y subjetividad (2006). Dirige el Programa de Actualización en el Campo de problemas de la Subjetividad, posgrado interdisciplinario de la Universidad de Buenos Aires. 





Ana María Fernández denomina "los silencios de enunciado en el cuerpo teórico", cuando cita: "es elocuente al respecto la resistencia de las instituciones psicoanalíticas a abrirse a la transversalizacion que otras disciplinas podrían ofrecerles en este tópico; instituyen así una zona de fuertes impensables teóricos que, a esta altura, no pueden dejar de aludir a los atravesamientos "políticos" de sus silencios. Políticos en tanto que, al no poder abrir interrogación sobre sus impensables, el cuerpo teórico y sus instituciones forman parte, más allá de las intenciones de sus actores, de las estrategias de producción-reproducción de la diferencia inferiorizante de género." (Ana María Fernández, "la mujer de la ilusión"1993).


Género y Psicoanálisis.

La articulación entre las teorías de género y los psicoanálisis lleva en última instancia, a repensar cuestiones muy básicas de las teorizaciones psicoanalíticas. ¿Cuánto de lo que ha sido pensado como estructura inconsciente universal no da cuenta sino de un modo socio-histórico de subjetivación de la Modernidad para varones y mujeres? ¿Cuál es la articulación entre deseo e historia? ¿Podemos seguir pensando lo inconsciente como una estructura invariante universal?

Algunos planteos, particularmente cuando hablan de estructura inconsciente o de un orden simbólico planteado de modo estructuralista, parecen confundir lo inconsciente con el destino. Aquí se aviva una vieja discusión entre epicúreos y estoicos referida a la causalidad y el destino9.

Epicúreos y estoicos afirman la causalidad (no hay movimiento sin causa), pero los estoicos incluyen, además la idea de destino, es decir, la unidad de las causas entre sí. El problema queda planteado desde la Antigüedad: ¿hay una unidad de las causas entre sí? La gran diferencia entre epicúreos y estoicos, según Deleuze, es que no efectúan la misma partición de la relación causal. Los estoicos plantean que las causas remiten a las causas y forman una unidad, mientras que los epicúreos afirman la independencia en la pluralidad de las series causales. Colocan allí una noción clave: el clinamen. Clinamen no significa indeterminación, manifiesta algo muy distinto; la lex atomi refiere a la pluralidad irreductible de las causas o series causales, a la imposibilidad de reunir las causas en un todo. Cuando afirman que el clinamen es incertus, esto no significa que es indeterminado, sino inasignable10.

Lo inconsciente no es destino. Repensar la noción de causalidad inconsciente no implica abogar por la indeterminación, sino revisar los necesarios deslizamientos teológicos en el modo estructural de plantear la determinación causa11.

Es sintomática la necesidad de fijar a un destino la sexuación femenina en las teorías psicoanalíticas. Si Freud pudo desdibujar la noción de series complementarias a la hora de pensar en las mujeres y colocar allí ideas tan poco freudianas como anatomía es destino o la roca viva, Lacan no es menos sorprendente cuando da por sentado que habría una falta -en la mente del niño y de allí a la cultura- de significante del genital femenino y pasa a considerar dicha falta como una invariante inconsciente, quedando así "La Mujer" definida como falta, vacío, ausencia.

La mujer No-Toda, no toda en el orden simbólico, por lo tanto un poco fuera de la ley. Desde este reducto corporal fuera de la ley de lo simbólico, del falo, del padre, la mujer tendría acceso a un goce suplementario, a un plus de goce. Pero al no ser subjetivable, la mujer goza pero no se entera y su goce transcurre y se agota en el sí-del cuerpo, sin pasaje por el fantasma.

Reintroduce el destino, ahora no a través de una anatomía, sino a través del lenguaje, en un naturalismo no biológico sino simbólico. Naturalismo en tanto el orden del lenguaje está planteado como condición fija que no puede ser de otra manera, está por fuera de la historia y sella su destino12.

Si hay destino no hay sujeto. Una vez más parece insistir aquel curioso debate platónico-medieval sobre si las mujeres tendrían alma. Encore.

Goza pero no se entera. Más que característica esencial de la condición femenina, efecto histórico-político del lugar de muchas mujeres en el dispositivo de la sexualidad. Lugar que ha obligado a desalojar todo hábito de registro de sus deseos. Esta no es una cuestión menor en el orden social. Ha garantizado y garantiza su monogamia. Dispone un modo de erotismo: la pasividad femenina, el goce místico, que sólo permite poner en juego un tipo de virilidad fálica excluyendo necesariamente de dicha escena erótica muchas formas de potencialidad de los placeres de las mujeres y otras tantas formas de placeres de los varones. Goce siempre hay.

El "baño de lenguaje" en el que nacemos más que un orden estructural, es un magma de significaciones que no es otra cosa que el modo de ser de lo histórico-social13. Por lo tanto, más que estructura, clinamen.

Suponer que el género es una categoría sociológica y por tanto nada tiene el Psicoanálisis que interrogarse al respecto, es renunciar a pensar la articulación entre deseo y poder. El psicoanálisis clásicamente ha teorizado la articulación deseo-ley. Deseo-poder no es sinónimo de deseo-ley, ya que la ley (prohibir-permitir) es sólo uno de los recursos del poder. Es por tanto, renunciar a teorizar un impensado, encore del psicoanálisis: la dimensión política de la subjetividad, terreno que complejiza más que anula la teorización ya realizada de la relación deseo-ley.

Según M. Foucault lo que distingue la teoría de las pulsiones de la ley del deseo es el modo en que ambas teorías del psicoanálisis conciben la naturaleza y dinámica de las pulsiones, pero no la manera de concebir el poder. Ambas parten de una representación común del poder. Ambas imaginan "un poder pobre en recursos, que sólo sabe decir no", y cuyo modelo sería esencialmente jurídico: centrado "en el solo enunciado de la ley y en el solo funcionamiento de lo prohibido"14.

Es también rehuir un desafío. Aquel que permitiría abrir interrogación a algunas cuestiones de suma importancia. En primer lugar supone hacer sinónimos psiquismo y subjetividad. Si por género entendemos los universos de significaciones imaginarias -construcciones histórico-sociales- que delimitan lo femenino y lo masculino; si aceptamos que estas significaciones imaginarias sociales son el lenguaje que precede a la constitución de los sujetos de una cultura, sostener que es una1 categoría por fuera del campo, es rehusar pensar las articulaciones entre significante y significación. Si de devenir sujeto se trata, el género -masculino o femenino- produce un particular desfondamiento del sujeto de deseo. ¿Cómo puede ser, entonces una problemática por fuera del Psicoanálisis?

El psicoanálisis -como cualquier otro campo de producción de conocimientos- no "descubre" ni "describe" realidades, construye sistemas de pensamiento. Estos se transforman en regímenes de producción de verdad cuando: a) suponen que en un texto -autor hay una verdad a descifrar , una sola lectura válida. El resto serán malentendidos. Aquello que esté por fuera de la exégesis de los especialistas legitimados, serán errores o desinformaciones. Al mal-entendido habrá que oponerle el bien-entendido corrector. No es muy grave. La magnífica violencia de lo incacabado -no sólo lo instituido- en la obra de J. Lacan resiste bien los intentos de dogmatización. b) Instituyen un modo particular de imaginar un campo teórico como completo. Significar los instrumentos conceptuales como teoría completa, supone que los autores fundadores ya han dicho todo. No sólo pensar se vuelve sinónimo de citar, sino que la verdad -que no necesita demostración- sólo es posible en la exégesis de los ya mencionados especialistas del bien entender. Verdad única y teoría completa son dos de los procedimientos principales con que cuentan los dispositivos institucionales de dogmatización.

Muy otro es el camino aquí propuesto. Eludir la dogmatización es recuperar lo no pensado de un campo de saber; no se hace referencia a aquello que está fuera de él, sino por el contrario a aquello denegado en lo que se afirma.

Es asimismo ofrecer las teorías al juego abierto de lo inacabado y no al cierre por el cual se supone que una teoría ha aprehendido de modo completo la realidad que intenta dar cuenta.

Ofrecer sus categorías a una construcción conceptual de dimensión socio-histórica significa quebrar los universales ante rem, principal articulador de la producción de escencialismos. En ellos el concepto pensado como universal pre-existe a la cosa (la mujer, el inconsciente). Problema ya planteado por Abelardo, por el cual nuevamente el mundo de las escencias universales pre-existe a los sujetos.

Interrogar una diferencia que sólo puede ser pensada como lo otro, negativo de lo idéntico (A no es B), es crear condiciones para pasar de una articulación necesariamente jerárquica y generadora de exclusiones entre lo uno y lo otro, a categorías de lo múltiple, lo diverso15.

Genealogizar, de-construir, poner en discurso los impensables es, en síntesis, desdogmatizar. De modo tal que un campo de saberes y prácticas no se agote en la repetición institucional de sus certezas.

Pensar de otro modo lo ya sabido es abrir nuevos campos de problemas. Es demarcar las teorías de algunas marcas de época. Es poder recuperar, actualizar, poner en nuevos actos, la potencia subvertidora que animó la intención de los maestros fundadores. Recuperar la intención, aunque no toda la letra.


9) Deleuze, G., ob. cit.
(10) Deleuze, G., ob. cit.
(11) De Brasi, J. C., La monarquía causal, Montevideo, Multiplicidades, 1996.
(12) Dío-Bleichmar, E., "Deshilando el enigma", en La bella (in)diferencia, Marta Lamas Compiladora, México, Siglo Veintiuno, 1991.
(13) Castoriadis, C., La institución imaginaria de la sociedad, Tomo I,Barcelona, Tusquets, 1989.
(14) Foucault, M., La voluntad de saber. Historia de la sexualidad, Tomo I, México, Siglo Veintiuno, 1977; La verdad y las formas jurídicas, Barcelona, Gedisa, 1980.
(15) Lucrecio, La naturaleza de las cosas, Madrid, Orbis, 1984.


.http://www.jstor.org/discover/10.2307/40420327?uid=2&uid=4&sid=21104859307941
http://www.tematika.com/libros/humanidades--2/sociologia--4/estudios_de_genero--4/la_mujer_de_la_ilusion--24017.htm
http://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-532220265-ana-fernandez-las-mujeres-en-la-imaginacion-colectiva-aarb3-_JM

http://www.fundacionkonex.org/b4831-ana-maria-fernandez
https://www.youtube.com/user/elcampopsi

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